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viernes, marzo 02, 2007

SALVADOS DEL INFIERNO



(fragmento del libro de Maud Davecio de Cox y Eduardo G. Wilde, publicado en 2001)

LO QUE SIGUE ES LA DECLARACIÓN DE ROBERT JOHN COX,
COMO DIRECTOR DEL “BUENOS AIRES HERALD” (DE 1969
A 1979), DURANTE EL JUICIO A LA JUNTA MILITAR, EN 1984.


Mientras se desempeñó al frente del diario ¿tuvo usted denuncias de parte de personas que hubieran sido víctimas de desapariciones o violaciones de derechos humanos?

«Centenares, quizás miles, no sé exactamente cuántas. En un tiempo recibíamos en el diario quince personas por día, algunas veces más. Con Andrew Graham-Yool descubrimos que estaban ocurriendo cantidad de cosas que no se publicaban en los diarios, porque la gente estaba demasiado atemorizada como para informar. Un matrimonio inglés vino a yerme. Me contaban que habían sido secuestrados y me dieron los detalles. Me dediqué entonces a investigar como periodista la mayor cantidad de casos que pude, y descubrí que en todos aquellos secuestros existía un mismo patrón, pero la situación no permitía publicar algo así en la Argentina. Traté entonces de dar una alarma sobre ello, escribiendo en el diario norteamericano The Washington Post.

¿Existía alguna directiva del gobierno a la prensa sobre la forma de tratar este tema?

Poco tiempo del golpe de estado escribí una editorial que decía que, después del desastre de Isabel Perón, era quizás irónico que a través de una dictadura finalmente se pudiera llegar a una democracia. Recibimos entonces una llamada telefónica, donde se nos indicó que no debíamos publicar información relacionada con las desapariciones, descubrimiento de cadáveres, enfrentamientos armados con grupos subversivos o cualquier otro delito relacionado con la subversión, si no recibíamos información oficial. Como no podíamos aceptar esa exigencia a través de una llamada telefónica, sino al menos por escrito, Graham-Yool, jefe de redacción del diario, fue a la Secretaría de Información Pública y volvió con un papel de muy baja calidad, sin membrete y sin ninguna identificación, ni siquiera firma, donde se repetía literalmente el mensaje telefónico. Al día siguiente lo informamos a los lectores. Creo que La Prensa tomó la misma actitud.
Este acto de censura era una respuesta directa al hecho de que habían comenzado a aparecer grandes cantidades de cuerpos en los ríos, o a los costados de los caminos, y nosotros, al igual que otros diarios, estábamos informando de todo éso. Pensábamos que teníamos que hacer lo que estuviera dentro de nuestras posibilidades para decir a nuestros lectores por lo menos parte de lo que estaba pasando. Debido a nuestra confianza en el sistema legal argentino y como protección a esta barbarie, pedíamos a las personas que acudían a nosotros buscando a sus familiares desaparecidos, que trajeran como confirmación oficial un recurso de habeas corpus presentado ante los tribunales, antes de publicar la noticia de su desaparición.
Durante el Mundial de Fútbol (1978), me llamaron de Casa de Gobierno. El secretario de Información Pública (un almirante, no recuerdo su nombre), estaba furioso porque habíamos publicado en primera plana un artículo sobre la desaparición de Raúl Delgado y de otros periodistas. El gobierno acababa de suprimir una ley que denominábamos la “Ley López Rega”, que prohibía reproducir toda información sobre la Argentina que proviniera del exterior. Y el almirante me reclamaba cómo podíamos publicar un informe sobre la desaparición de Delgado y los otros periodistas cuando, desde su punto de vista, el gobierno acabada de restaurar la libertad de prensa, al revocar esa ley. Todas estas cosas se manejaban de manera muy sutil.
Las amenazas contra mi hijo Peter, de diez años de edad, se produjeron después de muchísimas amenazas en mi contra y algunas contra mi esposa, pero esto fue la gota que rebalsó el vaso. Era una carta manuscrita en un papel que llevaba el membrete de los Montoneros. Ese tipo de amenazas, enviadas a muchos periodistas, siempre con el membrete de Montoneros, eran algo completamente familiar para mí. Cuando mi hijo recibió esta última amenaza, Máximo Gainza* vino a verme muy preocupado, porque su hijo y mi hijo estaban en el mismo colegio, y me mostró una amenaza prácticamente igual a las que yo estaba recibiendo hace un año y medio. Gainza me contó entonces que uno de sus periodistas había visto cuando se escribían estas amenazas en la central de la SIDE.
El general Martínez que en ese momento estaba al frente de la SIDE me escribió una carta, días después, donde se quejaba por una referencia que yo hacía en un artículo que escribí para la revista Newsweek, dando detalles de la amenaza contra mi hijo. Me decía en esa carta que había hablado con Gainza y que éste negaba haberme dicho que uno de sus periodistas hubiera visto que esas falsas amenazas eran escritas en la SIDE. Pero Gainza me aseguró dos veces que nunca había hablado con el general Martínez de este tema y me confjrmó además que uno de sus periodistas le dijo haber visto cómo se escribían esas falsas amenazas de Montoneros, que tampoco eran amenazas, sino cosas así: “Estimado señor Cox, una vez que hayamos logrado nuestra victoria, recordaremos su valiente lucha en favor de los derechos humanos”.


* Máximo Gainza era director y propietario del diario La Prensa de Buenos Aires.



4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me interesaria mucho conseguir este libro...pero vaya uno a saber porqué cuestión casi no está en las librerias...si sabes donde se puede conseguir me pasarias el dato?

C. J. Aldazábal dijo...

Es una edición que circuló poco. Lo mejor sería contactarte con el autor del libro: trabajó muchos años en el diario El Tribuno de Salta. Seguramente allí podrían pasarte sus datos. Si vas al google, seguro te aparece el sitio del periódico... Mucha suerte.

Anónimo dijo...

El libro de Cox lo encontre en el portal de Mercadolibre.com.ar
Espero que le sirva la data.

Anónimo dijo...

Sí, compre un ejemplar en MERCADO LIBRE, LES PASO EL LINK http://www.mercadolibre.com.ar/jm/item?&site=MLA&id=142531535