La imagen que acompaña este link es un fragmento de un mural del artista plástico trelewense Román Cura.
Este prólogo figura en el libro Ciudad cigarro, del poeta Laureano Huayquilaf...
Lejos de los convencionalismos, Laureano Huayquilaf vuelve a apostar por el vertiginoso riesgo de la poesía.
Este segundo libro trepa como espirales de humo por la sensibilidad del lector para confirmarle la presencia de un poeta, presencia que se aspira en el lenguaje, un lenguaje inaugurado en Pedregullo como forma de describir el asombro, esa “normalidad” que el conjuro poético permite trastocar en inquietante música. Y la música que suena es la de una ciudad donde violencia y maravilla se entrecruzan, una y otra vez, hasta alterar la percepción de lo petrificado.
Si la ciudad arquitectónica podría pensarse como cemento inmóvil, esta ciudad de humo, ciudad poética en la que Huayquilaf imagina a su patagónica Trelew, se presenta como una alucinación volátil, una frágil alucinación como la frágil cotidianidad de los sujetos marginales en los que cierto aliento sociológico podría descubrir a los sectores populares trelewenses. Y la respiración lunfarda de su idioma vivo parece confirmarlo.
El recurso coloquial, que en otro poeta podría conducir a la cursilería o al sentido común, en Huayquilaf se hace, sin embargo, agudo instrumento, tan bien empleado que, por momentos, parece capaz de demoler los cimientos mineralizados de una ciudad dormida. O de desgarrar el vestido del pudor con el que algunas mujeres disfrazan su deseo: erótica de una ciudad que se sabe lujuriosa en su hipocresía pacata.
Pedregullo, en tanto primer libro, mostró la capacidad de una poesía sanguínea y novedosa. Y Ciudad Cigarro viene a confirmar la muestra: lejos de los esnobismos tribales, esos tristes laboratorios de poesía de probeta que abundan en Buenos Aires, la apuesta vanguardista de Huayquilaf se presenta como un lenguaje capaz de recurrir a los neologismos sin dejar afuera la conmoción de lo inhabitual o de lo desesperado. Una expresión vanguardista que desde la ruptura parece ensayar el brutal camino de la honestidad (esa vieja virtud literaria predicada por Montaigne) en los riesgosos desfiladeros de la actual poesía argentina.
Carlos J. Aldazábal
Buenos Aires, 15 de marzo de 2006
Buenos Aires, 15 de marzo de 2006
Dos poemas del libro:
Trelew
Vueltas muchas tiene
y la piel naranja
trelew mío.
La vertiente del asfalto
tira un lagrimón de codicia
sus brazos
envuelven despacio
todo el frito sabor.
Los pasos de la noche
resisten madrugones
y el todo de tu cuerpo
protesta y encandila.
La vuelta de sus calles
arrastra como voz.
Callecita de mis rezos
tierra en pichana traías.
Aguatero de tus brotes
festichola humedecida.
Ay ciudad te conviertes
cáscara oscura
cabarute.
Rojizos manantiales tengo
cuando tus amarras
suelto.
Jugos de ciudad
Cenizas
y sobre la mesa
un fresco trago.
Persona movía sus caderas
griegos consejos
tocaban de oído
y palpaban música vieja.
Baila ciudad
tus remolinos.
Esquina tuerce
bailanteras cenizas.
Beben los jugos de ciudad ciudad
arden filtros callejones.
Cenicero en ojeras.
Espalda luce ropero
tajo que llega rabioso
madrugón.
La botella me transpira
un pedazo de mujer.
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