Algunos poemas inéditos del ilustre neuquino Tomás Watkins. El autor de 26 (el suri porfiado 2007) empieza a bosquejar su próximo libro...
Vendedor de libros
No tenés papel donde caerte muerto,
los pájaros cantan en las ramas
del cementerio tu risa y tu anatema,
no hay papel posible mientras algo
–la sombra– se te muestra,
el espejo busca dos, una migaja
sobre cara y contracara del poema,
sin el diario, solo, no tenés papel
para gritar tus goles, hay corbatas
que embisten y te dan la despedida,
pintura vieja, colchón tajeado,
en fin, para que ahorres
apenas
una hojita
La palabra sanadora
Un buen día te das cuenta de que algo salió mal,
todo gira y se te mezclan los recuerdos,
borrascas invisibles como espuma en boca de monstruos
laceran lo que ves,
látigos gigantes como una cordillera, como una ética,
la afrenta de sonidos callados en una conciencia normal:
la demencia,
frondosa angustia que juega a prostituir sombras,
canalla de los días idos sin libido,
de la inmolación del amor, de perdonar y exigir
la tormenta
juventud divino temblor agendado para siempre,
transportado en peso álmico como ofrenda del dolor, como pieza del dolor
más ropa fina y perfume importado. Todo nos vence
y en los dientes
queda polvo;
lo vital
haciéndose palpable
y la tensión de saber y perderse,
de templar la cuerda con el cuello, agua,
agua vieja ya muerta o bebida en batea por vacunos infelices,
discúlpenme pero lo mío es más cierto,
déjenme discrepar con elegancia,
ya no más dieciséis años en campiñas provenzales
con Bataille gritando la soledad a su manera,
el color de los libros no es más el amarillo
desde que pasó la moda allá, cruzando el charco,
ahí, entre la hierba
entonces la palabra sanadora en la punta de los dedos,
inyección de vida a pesar del artificio, de la protección en mecanismos,
de lo dado y lo hecho y guardado en figuras,
en vejez al salto, en redención,
palabra parida bajo hielos nocturnos/ palabra guacha mendigando su forma/
divina palabra hecha de semen y madre
y ruinas
el premio: el peso en manos rotas sin piano,
sin guantes ni sábado en el Madison,
sin la torta con velas y un circuito de motos, siete, ocho años,
velas por vuelta de globo, por pecado,
a cómo está el kilo hoy, basta,
no hay espalda que aguante
nadie acude al estreno de tu risa,
hay ruido de llaves
que cierran o abren alguna razón;
no es horror
vacui de lo que vuelve para clavarnos puñales en el aire,
además por qué llueve cada vez que esto pasa:
silencio de caja de madera
del tamaño
de un hombre
incitado a nombrar la música,
hay cuerpos que danzan
y suben y bajan por hilos de luz;
la traición
una vez más
de lo que vimos. pero la vaca no, mi amigo,
ni del color necesario para existir,
retórica del escapismo y dispositivos para la locura al lado del vaso con agua,
la hermana no, que haga su vida,
basta de daño,
basta
¡a ver cuántos, cuántos…!
con esta vara medimos,
con esta vara delgada y exquisita
que se nos ríe como si tuviéramos el significado vencido,
hagan fila, pasen por favor,
welcome al non plus ultra,
chicos y grandes, confíen,
anímense y suban,
suban conmigo
y esperen
“no pienso más en el dueño del vaso
no pienso más en el dueño del vaso”,
te cansaste de los corchos pero el ácido te llama desde cerca,
te preguntás por qué el fuego es efímero
por qué el fuego atrae alas,
vida y muerte y nuevamente vida, la ausencia de sol,
perplejidad a gritos apagados con agonía de silencio, con el deseo cadáver,
un sí que es nunca y no pensar, no pensar,
no pensar…
¡ésta es la verdad! el tiempo,
lo vil de la voz y cenizas de lo que fuiste perdiendo.
porque nosotros ya no jugamos con tierra en el patio:
una lápida hecha de lágrimas secas, de flores bebidas como presagio
nos cierra el paso, el sonido en semicírculos
y la tierra cae encima,
arriba el ruido vítreo de la tierra en la madera, la sentencia,
los cascabeles de la descomposición,
¿y si un buen día te das cuenta de que no podés parar?
¿y si todo no fuera más que una burla nocturna,
algo dejado ahí para que tropieces?
word suena a sword y repta un harakiri
a la altura del lenguaje,
la sal divina, la mar en coche,
¡Ambrosía!
Temblores, por fin, justo ahí,
se derraman:
el tiempo,
una danza que no exige que te muevas
2 comentarios:
Si las palabras no fueran mis alimañas pecaminosas, mi geografía negra, repensaría los poemas de Watkins como futuristas, pero son el presente, la amarga cáscara de la noche, el alegre despertar de la muerte (muerte que no existe por milagro del lenguaje). Tan poderosa es la poética de este, nuestro amigo, que tendrá más adictos lectores que mujeres o botellas de vino en toda su vida.
Tomás: gracias por regalarnos tu inquietante y refrescante poesía.
Fito.
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Franck Michel
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