Una pequeña muestra de la interesante poesía de Luis Benítez (Buenos Aires, 1956), sacada de su libro El venenero y otros poemas. Que la disfruten.
El venenero
El exudaba de los lomos
unas cosas complicadísimas
para que sus contemporáneos,
como hormigas pacientes
penosamente subiendo por las ramas,
bebieran amargas sacarosas,
refinados azúcares que envenenan el ánimo,
cultivan hongos profundos en la madriguera del alma,
esa cosa imposible, parecida a un vapor ,
que todos llevamos dentro, en la nada difusa.
Pacientemente destilaba el cianuro
de la historia: ella demuestra palpable
que es mejor una buena pesadilla
porque al menos se despierta luego.
El amasaba unos líquidos selectos,
alumno de Borgia en la copa colgando de cabeza,
como un diminuto insecto, uno más,
prendido a la teta augusta de la planta literatura.
Tu corazón, cementerio de animales
Tu corazón, cementerio de animales,
donde la gran araña balancea sus patas delanteras
y la húmeda lagartija su lengua verde,
tu corazón, capital de la traición,
sólido lugar de la mentira,
es una charca donde el amor
se disuelve incubado por las ranas
que le cantan a todo lo menguante.
Cuanto decrece tiene en ello
la cuna lista -madura madre de lo inverso-
para crecer débil y pútrido como el revés de la vida.
como la marcha atrás de las estrellas, como el retorno
a la confusa sinfonía de la nada.
Tu corazón de osario es una mueca pálida
que se agita en lo oscuro de un pozo,
entre el amasijo de piedras, medias, huesos y zapatos.
Nunca el alma de un hombre hizo almohada
en él bajo la sombra de tus ojos graves,
mas para toda bestia abierta está siempre
de par en par la puerta de tu hierro.
La ancha puerta franca al horror de tu corazón,
oxidada fue por el uso que le dieron tantas garras,
donde una rata grande se asoma cada tanto
y muerde sus bigotes; es tu alma la que se retira dentro,
flagela acompasadamente tu corazón su larga cola escamosa.
Por los corredores de tu corazón
hunde la bestia su hocico,
amigo de toda maldición,
buscando hasta lo hondo
tu otro corazón para mascarlo,
chicle del infortunio,
ese fragmento de tu luz
roída, una y otra vez, por la locura.
Un insecto en enero
mínima en la ventana una presencia activa
apenas diferente del aire en su elemental dibujo
más seis patas y dos alas que el cuerpo verde
apenas una línea que atravesó
millones de años en su aleteo
desde los ollares de los dinosaurios
hasta el sobrio y frío presente en mi ventana
nunca fue más grande y jamás abundó:
cuando plantas que hoy son la hierba
alcanzaban alturas y redondeaban formas colosales
unos pocos como él se elevaban
hacia las lejanas copas con no poco esfuerzo
de esas mismas delicadas membranas
que frente a mí apenas mueve o que reposan
allí donde refleja el todo otro vasto mundo
que también le pertenece
su victoria hecha de un silencio seguro
como todas las cosas
A quien se olvide de su parte en el fuego
Mundos de plenitud
que no quedan ni arriba ni abajo
todos en este mundo donde mi pluma rueda
diez millones de veces más buenos
que lo mejor evocable
tan ciertos y vivientes como ese árbol
que veo oponerse al paisaje
amplios mundos que en la paradoja
irónica de ser son lo único cierto
y esto y cuando vimos la eterna sombra
son de su regusto aún lo bello aquí
el más hondo momento ni al remedo llegan
mundos de plenitud antes del primer segundo
y en el último alcanzan
(la precedencia obligada
sólo para poder nombrar)
alcanzan la llama que huye
entre dos fechas
y la devuelven al fuego
donde nada ni nadie ya distingue
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