La entrevista se publicó en el diario El Tribuno. Fue en el mes de febrero del año 2001.
EL CRÍTICO Y LA CREACIÓN
“El inglés” es una novela de tono épico que apareció hace muy poco en las vidrieras de las librerías. El manejo de la prosa (lindante en muchos tramos con lo poético) hace pensar en un autor que viene publicando con regularidad. Cuando se leen los datos biográficos de Susana Cella esto parece confirmarse. Sin embargo, si se lee con atención los títulos de los libros anteriores, lo que se termina por descubrir es que “El inglés” es su primera novela, porque antes se estuvo ocupando de otro género: la crítica literaria. El tipo de censura que prohibe a los escritores de ficción dedicarse a la crítica, o a los críticos literarios dedicarse a la ficción, fue el disparador de esta entrevista, charla en la que también se habló de poesía, de narrativa, y de lo que es, en general, la literatura en la Argentina de hoy.
- Existe la idea de que los críticos literarios, incluso los más respetados en el ámbito académico, cuando intentan hacer literatura fracasan. La causa, generalmente, es atribuida a la contaminación teórica que desbarata la inocencia necesaria para escribir. ¿Te parece que esto es así?
Puede haber algo de razón cuando se dice que el crítico es un escritor frustrado y que cuando un crítico se pone a escribir en realidad prevalece la teoría antes que el juego de la escritura. Eso pasa en muchos casos. En el mío la crítica funcionó como una cosa muy castradora para una actividad que yo había empezado siendo muy chica: a los 12 años ya tenía comenzada una novela, por ejemplo. Después, con la universidad, parece que vino el cercenamiento de la crítica. Entonces lo que yo traté de hacer para sobreponerme a eso fue desandar el camino, sin olvidarlo, sin dejar de hacer crítica literaria, al mismo tiempo. Pero para mí, fundamentalmente, la cosa estuvo en sacarse de encima la mirada castradora, ese super-yo que te dice “esto no porque la teoría de fulano o mengano lo descalifica”. Entonces traté de fiarme de mis experiencias personales y de mis lecturas. Esa fue una de las cosas más felices en la escritura de la novela, novela en la que quise homenajear a mis viejas lecturas.
-¿Qué diferencia, en tanto géneros, encontrás entre la poesía, la narrativa y la crítica?
Yo comencé a escribir narrativa y poesía casi al mismo tiempo. La poesía me parece un género de máximo trabajo en el lenguaje, de máxima depuración. Pero al mismo tiempo no me parece que al escribir narrativa haya que tener tanto cuidado como se debe tener en la escritura poética. Cuando vos escribís un poema aparecen palabras que no se pueden cambiar, que no tienen sinónimos. Ahí es donde yo encuentro al lenguaje literario, y en ese sentido no hago diferencia de géneros: tanto en la narrativa como en la poesía pienso que es el lenguaje en donde no existen los sinónimos, donde cada palabra es única. No me gusta leer un relato en donde me doy cuenta que al narrador le dio lo mismo poner “lindo” que “bonito” o que “hermoso”. En tal sentido, mis referencias literarias son autores que han escrito poesía y narrativa, aunque algunos se hayan destacado más en un género que en otro. Pero la idea es esa: la palabra justa. En la narrativa aparecen más cosas porque es más extensa y lleva por otros caminos, pero en lo medular es la palabra única. Y me gusta leer las dos cosas y creo que es bueno, para los que escriben narrativa, sobre todo, leer poesía, porque eso alimenta, es un alimento. Y si escribe crítica también, porque la crítica es un género como los otros que también tiene que estar bien escrito. En la crítica también es bueno poner en juego una creatividad que se parezca a la que se pone en juego cuando se escribe un texto específicamente poético o específicamente narrativo.
-¿Cuáles son tus puntos de partida a la hora de intentar una narración o un poema? ¿La originalidad? ¿El mercado?
Trato de no tomar el problema de la originalidad como un punto de partida de mis trabajos literarios. Mi originalidad tiene que ver más bien con un mundo de lecturas mezcladas, un mundo de lecturas y de sugerencias. Entonces a partir de ahí voy armando la historia o el poema. Como mis referencias no son best-sellers no me sale ese tipo de escritura, o cuando trato de hacerlo siento que me sale mal, me sale una cosa boba. Yo creo que hay un estilo, una voz, con aquellas palabras que son significativas para vos, con aquello que has incorporado, que has leído, que te importa. Me encantaría que lo que yo escribo lo lea todo el mundo, pero no lo puedo poner como un punto de partida. Lo que es mi punto de partida es el discurso que voy armando. Por ejemplo, hay un narrador colectivo que aparece en la novela que para mí es necesario porque significa algo en la historia. Yo no podría cambiarlo y poner una primera o una tercera persona. Quizá resulte más complicado que un narrador convencional, pero hay una necesidad en la forma artística, y lo que pase o no pase con eso, con el mercado, ya escapa al control de uno. Pero hay que ser sincero con uno mismo.
-¿Cómo ves a la narrativa argentina en estos momentos?
Veo que la narrativa argentina no está en su mejor momento ni de lejos, supongo que por problemas intrínsecos y por problemas externos. A veces me da la idea de que no aparece la novela que tiene que aparecer, o el publico no está esperando una novela, o no hay canales de difusión. Uno tiende a compararlo con el boom de los años 60, pero es una situación totalmente distinta.
-¿Y la poesía?
La poesía no se vende, es verdad, y sin embargo hay un montón de gente que escribe poesía y hay mucha gente a la que le interesa. Hay algo que persiste pese a todo y que de alguna manera está presente. No se lleva bien, en general, con el mercado, porque es verdad que después de las vanguardias la poesía se ha vuelto muy sobre sí misma, menos comunicativa, y entonces eso también hace que se lea menos y que no les interese a las editoriales. Porque es un género más para la reflexión por la dificultad que implica.
-¿Cómo funciona la especificidad de lo narrativo y de lo poético en tu trabajo literario?
Creo que mi poesía funciona como una fotografía mientras que mis narraciones son más cinematográficas, ahí estaría la diferencia. Lo común, en los dos géneros, es el intento de mantener ciertas tensiones, cierta violencia inscripta en el lenguaje. Me gusta acudir a la tradición de lenguaje que tenemos en el país, el legado del siglo de oro español con todos los aportes de la migración: un lenguaje precioso en el que me gusta rescatar la herencia de maestros como Vallejo, Lezama, Gelman o Quevedo.
- Cuando uno lee “El inglés” tiene la impresión de que la novela podría haber sido escrita por un hombre. Quiero decir: no hay marcas claras de “lo femenino” en esa escritura, es una escritura “bisexual”, en el sentido que le daba Virginia Woolf a esta expresión. ¿Te preocupa, a la hora de escribir un texto, la idea de la “escritura femenina”?
Juan José Saer en “El río sin orillas”, un libro de ensayos, dice que él está muy de acuerdo con las reivindicaciones de los derechos de las mujeres, pero que él no cree que exista una tal cosa que se llame “escritura femenina”. Y yo estoy de acuerdo con eso. Creo que en el momento de la creación artística la “bisexualidad”, que es constitutiva en todos nosotros, con predominio de un género, pero que es constitutiva de todos, se pone en juego y es eso lo que aparece. Obviamente que hay una línea de escritura donde está puesto de manifiesto que el personaje es una mujer y esa mujer cuenta lo que le pasa, muchas veces en un tono confesional. Me parece que a la hora de escribir van saliendo una serie de cosas dictadas por la trama: si constituiste un personaje masculino como protagonista por las necesidades de la historia tiene que ser así. Yo estoy en contra de esa literatura, que en general tiende a ser bastante igual, que es de tipo confesional y que cuenta las desgracias que les pasan o les dejan de pasar a las mujeres. Hay temas específicamente femeninos, eso no lo voy a negar: hay, por ejemplo, pequeñas cosas en mi novela que a un hombre no se le hubieran ocurrido. Pero yo trabajo los personajes, y en el mundo de la novela no predominan los personajes femeninos por cómo está armado ese mundo. Tampoco tengo la postura de la escritura femenina en la poesía. Es verdad que en ese campo se hizo, por ejemplo, como una suerte de escuela que toma como modelo a Alejandra Pizarnik, inclusive, muchas veces, mezclando peligrosamente biografía y obra, donde se ignora, por ejemplo, la influencia del surrealismo y sus ensayos críticos sobre Cortázar. Es como volver a una especie de contenidismo que olvida la forma de la composición, y eso no me interesa.
- Para terminar una pregunta corta: ¿Qué es para vos la literatura?
Para mí la literatura es un juego, pero es un juego como lo es para los chicos: totalmente en serio. Creo que es esa seriedad la que parece estar olvidada en la literatura nacional de este momento. Pero bueno, los momentos, como las modas, pasan, y lo que va a quedar, me parece, es la literatura que jugó de verdad, que se tomó en serio las reglas del juego.
Dos poemas de Susana Cella.
El clavel roza
La madera del estante vencido el clavel roza.
Si no siente fatiga
apoyados sus pétalos descansan, si no duda.
De vigilia apoyado en el resplandor ocre. Y la luz.
El brillo inmanente encierra
sin colores de caoba, abriga
con telas impasibles
el volumen decantado del animal fijo.
El vacío no ha sonado pero espera su morada en ese antro.
O cenizas extensas en una pampa húmeda.
en que la noche, lluvia, o cielo inconstelado no muden
la madera lustrosa, el clavel, la cruz de plata y otras flores ásperas.
Refilón
Hoy será tu carne más negra, más
cálculo de termómetro y presura.
No te indignes así tanto
no quieras decir palabra alguna
de más, no quieras nada, nada
más de lo que vengo a darte ahora
o dentro de una hora si es que quiero.
Como sea quiero yo y no te sigas
agarrotando contra el alambre
ni te quieras apartar la loma verde
sobre los ojos cerradamente apretados
que verás, quieras que no, tres estrellas
o un jacard de rombos azules y amarillos.
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