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miércoles, diciembre 07, 2005

CON LA POESÍA DE LOS MITOS

Esta entrevista la escribió Silvia Díaz para el diario El Tribuno. Se publicó a comienzos del 2004.

¿Por qué centraste tu poesía en el hombre sureño, fueguino? Resulta novedoso siendo vos un hombre del norte.

Creo que "Nadie enduela su voz como plegaria", a pesar de tematizar a un "otro" absoluto, un "otro" que, en algún punto, nos es completamente ajeno, sigue siendo un libro anclado en mis obsesiones, y por lo tanto en mi región literaria, que es el noroeste. Creo que es el libro de un poeta salteño seducido por un pueblo espléndido, un pueblo que vivía en la poesía de sus mitos. Pero el acercamiento al tema fue casual: una merienda junto a la antropóloga estadounidense Anne Chapman, la mayor especialista en la cultura selk´nam. Lo que me conmovió, aquella tarde, fue la historia de esta investigadora que había transformado su trabajo científico en una experiencia existencial, su recuerdo afectuoso de Lola Kiepja, su primera informante, la "última ona" a la que pudo grabar en 1966 interpretando los cantos rituales del Hain, la ceremonia de iniciación de los adolescentes varones, además de otros cantos chamánicos, verdaderas proezas sonoras, verdaderos poemas que, años después, al escucharlos, me hicieron recordar el canto de nuestras copleras.

En el libro hay tópicos recurrentes: el hombre, la naturaleza y la muerte ¿Por qué estas elecciones?

Bueno, esos tópicos no son sólo recurrentes en este libro. Para mí son tópicos constantes. En mis libros anteriores, "La soberbia del monje" y "Por qué queremos ser Quevedo", también he remarcado la tragedia de nuestra condición humana: nacemos para morir. Y esta certeza nunca ha dejado de inquietarme, porque me parece injusta. En el caso particular de este último libro, la necesidad de amoldarse a los códigos de una cultura hace que "la naturaleza", el paisaje, aparezca como un protagonista importantísimo. Pero no se trata de una naturaleza "bucólica" o "pastoril". Tampoco es pintoresquismo. Se trata de la cosmovisión selk´nam, y en esa cosmovisión el vínculo con los elementos naturales era un vínculo mítico (y místico), y por lo tanto poético.

Según Bayer, tu libro es un aporte para comprender los mundos que desaparecieron con la llegada del hombre blanco.

Osvaldo Bayer es un maestro, además de una persona generosa. Lo conocí hace mucho, cuando con un grupo de compañeros de la universidad investigábamos la vida de un periodista desaparecido, Enrique Raab. Años después lo reencontré en la facultad de Filosofía y Letras de la UBA, donde él enseñaba en su Cátedra Libre de Derechos Humanos. En ese ámbito fue donde yo le acerqué un borrador del poemario, y su respuesta fue inmediata. El es un gran relator de la historia viva de la Argentina, y conoce en detalle las terribles matanzas ocurridas en la Patagonia, los sucesivos genocidios, las infamias que se esconden detrás de los nombres de muchos de nuestros próceres. Y por supuesto que no he podido más que sentirme orgulloso y complacido por su lectura. Bayer es un ejemplo de coherencia en un país que nos obliga, muchas veces, a recurrir a la esquizofrenia para poder sobrevivir.

Tu escritura tiene algunos rasgos clásicos. Tu elección parece ir a contramano de lo que elige la mayoría: la ruptura, la transgresión...

No comparto esa opinión. Es cierto que "parezco ir a contramano de lo que elige la mayoría", pero es simplemente porque nunca me he preocupado por las modas literarias. Hace unos años se publicó en una revista porteña un artículo sobre la generación poética del 90. A mí me mencionaban como una excepción, para indicar que era uno de los autores que "seguían un camino propio". Perfecto. Hasta ahí de acuerdo. Pero no creo que en mi escritura no haya transgresión, y como prueba tengo la opinión de cierto escritor reaccionario de la provincia de Buenos Aires, que me acusó de "delirante" por encontrar imágenes surrealistas en mis poemas de "Por qué queremos ser Quevedo". También la opinión de escritores y críticos a los que respeto enormemente, y que supieron leer los gestos vanguardistas de los dos primeros libros. En cuanto a "Nadie enduela su voz como plegaria" puedo adelantarte por qué considero que también es una propuesta transgresora, aunque para esto sea necesario aclarar lo que entiendo por "transgresión" y por "ruptura". Creo que estamos en un momento histórico donde las verdaderas "transgresiones" y "rupturas" literarias ya se convirtieron en tradición: ocurrió en la primera mitad del siglo XX y se potenció en la segunda, y es un acontecimiento irreversible. Por ejemplo, Eliot y Neruda, a los que cité anteriormente, fueron verdaderos transgresores, verdaderos vanguardistas, y hoy ya se convirtieron en "clásicos". Para mí, lo "novedoso", lo "original", lo verdaderamente transgresor o rupturista viene dado por la combinatoria, por la mezcla de tradiciones. Por el mestizaje. Lo que se mezcla y el modo en que se mezcla, en eso radica, en mi opinión, la originalidad y la calidad de una obra. En este sentido "Nadie enduela su voz como plegaria" nació rupturista: un libro de poemas escrito a partir de métodos de investigación propios de las ciencias sociales y el periodismo. Hubo trabajo de campo, hubo observación participante, hubo entrevistas en profundidad. Y todo para reconstruir voces, para respetar las huellas de una cultura a pesar de la violencia idiomática. El registro testimonial que el libro pretende obliga a la ruptura: muchos de los versos de los poemas son expresiones textuales de gente a la que entrevisté. Pero hay otras "transgresiones", atravesadas encima por el eje de lo político, gestos indigeribles para los que esperan purezas genéricas o complacencias snobistas. Pero dejo a los lectores los posibles descubrimientos.

Como escritor, ¿crees que alcanzaste una etapa de madurez?

No lo creo, y si estuviera en ese punto supongo que tampoco me daría cuenta. Yo escribo por necesidad. En eso nunca me he apartado del mandato de Rilke. Tampoco creo en los progresos dentro del campo artístico. No creo estar escribiendo ni mejor ni peor ahora que hace diez años. Creo que hay necesidades expresivas que sustentan las búsquedas formales, y eso es todo lo que sé conscientemente. Está el oficio, por supuesto, el cuidado de la palabra, pero eso es un trabajo posterior al proceso creativo. La mayor parte del tiempo estoy imaginando poemas, imaginando situaciones, construyendo imágenes, y es una pulsión que surge de tener una mirada estética sobre el mundo. En mi caso es inevitable, aunque no transforme todo el tiempo esa experiencia estética en texto. "A veces disimulo/ y no escribo", como dice Raúl Aráoz Anzoátegui en uno de sus poemas, porque a pesar del disimulo la poesía sigue estando. Y de eso estoy convencido: la poesía va más allá de la letra, de la literatura, supone una forma especial de relacionarse con la existencia, una sana costumbre que nos viene de la imaginación infantil, aunque muchos adultos la hayan olvidado. Ahora que lo pienso, espero no madurar nunca.

Ganaste un premio de las Abuelas de Plaza de Mayo. ¿Qué significó para vos?

Fue importante por todo lo que hace Abuelas en defensa de la dignidad humana. Es una lucha que comparto, y me alegró que gente a la que yo admiro le haya interesado mi poesía. Junto con el Premio Regional, fue el logro más alto de mi producción artística.

¿Tenés algún proyecto literario en marcha?

Tengo muchos. Por ejemplo, además de los poemas habituales, estoy intentando concluir una novela que viene creciendo despacito, año tras año. Sólo voy a adelantarte que me divierte mucho escribirla, y espero alguna vez llegar a garabatear el punto final. Mi problema, volviendo a recordar los versos de Anzoátegui, es que para la prosa disimulo demasiado y el tiempo no me alcanza.

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