El libro se puede conseguir en el sitio de la editorial (también en versión digital): http://valparaisoediciones.es/47-16-piedra-al-pecho.html
Aquí van cinco poemas de muestra:
Eso que fuimos, que seremos
Empiezo por los ravioles:
entonces se hacían los pactos de familia,
los acertijos de mortero
que luego sazonarían las salsas.
La pimienta significaba un estornudo,
y estornudar una plataforma de lanzamiento.
Pero no hace falta llegar a la estratósfera
para saber cuándo empieza otra esperanza,
parecida al ayer pero en futuro.
Es que evoco de nuevo esa molienda,
aquel acto de fe, aquel almuerzo,
cuando los pactos cruzaban Orinocos
ríos
de salsa.
Pronto volverás, abuela,
a preparar los ravioles,
moliendo el mismo trigo
en el mortero.
Ahí estaré, carne de tus huesos,
cayendo en tobogán al precipicio
donde estarán tus manos para arroparme:
harina entre tus dedos,
satisfecho y feliz de ser servido
en la mesa final donde todo es memoria.
Kandinsky
La cuestión aquí es la despedida:
un pañuelito que se agita despacio
y una acequia por las mejillas.
Toda despedida es un pequeño luto,
como el negro de tu falda
o aquella tarde de domingo a la luz
de la lluvia.
Algo de nostalgia también hay:
no por el pasado, sino por el
futuro,
camino perdido entre malezas,
profecía que nunca ha de cumplirse.
Luego está la canción,
sea grillo, vals o chacarera,
candombe, acordeón o pajarito:
ruido impertinente que suena en el
cerebro
sin que nadie lo llame,
justo cuando el pañuelo se agita
y las acequias desbordan
la lluvia, tu falda y el domingo.
La canción:
línea de fuga a lo Kandinsky
que pretende elaborar sus teorías
trazando una espiral:
punto en expansión por donde escapa
el tiempo.
Guacamayo
Tu máscara está pintada como un
guacamayo:
eso te hace hablar más de la cuenta,
y ese murmullo,
atrapado en la máscara, suele ser
encantador.
A veces tu máscara alucina en la noche
como una balada irresistible
entonada por hadas.
Otras veces, la presión del rojo la
lleva a irradiar
un aire de vergüenza: es cuando yo
acepto taparme la cara
con una bolsita de cartón, de ojos
pintados y boca sonriente,
ideal para andar por una avenida
transitada
sin ser percibido.
Sé que querés, pero yo no me atrevo
a prestarte un espejo.
La ilusión es tan buena que aterra
lo real,
como bien lo señala el verde de tu
máscara.
Lo único que podría alterar tu
escondite
es que tu máscara deje de ser
máscara
para ser guacamayo. Y ahí te quiero
ver:
vos sin máscara con una bolsita de
cartón tapándote la cara,
paseando por la avenida con un
guacamayo al hombro:
un aterrador efecto de realidad.
Pero por ahora tu guacamayo sigue
siendo máscara
y te protege, incluso cuando caminás
con ojos enamorados
y todas las bolsitas de cartón de la
avenida
se dan vuelta para señalarte.
Esto es cosa sabida:
no basta un arco iris para tapar las
nubes
ni una bolsita de cartón para morir
con la sonrisa en la
boca.
Por ahora tu guacamayo es tu
máscara,
y basta esa
certeza.
Escuchando a Lou Reed
La canción de las cenizas
desgarra el aire con sus lamentos:
prédica de lo que será, de lo que fuimos.
Afino la sintonía
y la cortina que disimula la nitidez
se desvanece para sacarnos una foto:
vos con tu manía de lo verdadero,
yo con la imaginación de una vejez perfecta.
Cuando la canción de las cenizas se calle
todo volverá a su anestesia,
ilusión de eternidad, espejismo de lo durable.
Pero la canción de las cenizas volverá a sonar
para acunarnos.
Confundidos en sus notas,
esparcidos en un mar a cuya orilla
arderá la hoguera de unos huesos
parecidos a
nosotros.
Hamaca
Es que el misterio empieza con una sacudida,
un shock de sombra que estremece la escandalosa iluminación de la
escena.
Otra probabilidad es que se sostenga en un zarpazo,
pero para eso el animal interior no debe estar amaestrado.
Al menos, algo de rugido debe conservar,
algo de toro enfurecido por la sangre.
Cuando digo “misterio” no me refiero solamente a tus ojos
o a la obvia pregunta sobre lo invisible,
salvo que lo invisible sea yo para tus ojos,
y ahí no hablamos de misterio, sino de olvido.
No: por misterio me refiero al estremecimiento, al vaivén,
eso que puede ser vals, aunque no solamente,
eso que puede ser sueño para despertar abrupto,
despertar de sirena, por ejemplo,
pero más de Odiseo que de ambulancia,
aunque para Ulises también hubieran sido misteriosos
esos colores rápidos, desatados al vaivén de la marcha,
al ulular de la luz contra la sombra, de la sombra contra la luz
y viceversa.
¿Y si el misterio no empieza?
Eso es lo inexplicable.
Ni sombra, ni luz, ni animal interior, ni esperanza, ni sangre.
Sólo una calma chicha, sobradamente conocida por otros navegantes,
los que anhelaron el misterio antes que el olvido,
pero recibieron el
olvido,
los que esperaron la gotita de sombra en la luz centelleante,
pero fueron
encandilados por el sol:
atados a su mástil, aguardando sus sirenas sin la suerte del griego,
mientras el mar los ahogaba, sin hamacarlos nunca.
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