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jueves, septiembre 06, 2007

LOS DÍAS DE APARICIO















Este fue el texto que leí en la presentación del libro de Carlos Hugo Aparicio, el 17 de Agosto en el Centro Cultural de la Cooperación. El diario El Tribuno tuvo la gentileza de publicarlo.

Le debía a Aparicio estas palabras: cuando en 1999 presenté mi segundo libro de poemas en la Biblioteca Provincial de Salta, él, junto a Raúl Aráoz Anzoátegui, tuvieron la deferencia de acompañarme, con esa amabilidad de los auténticos artistas que se hacen los distraídos ante los tropezones de los comienzos. Estoy hablando de la generosa amistad de un querido Maestro, del que nunca he dejado de aprender: cuántas veces me he acordado de las charlas con Aparicio en esta Buenos Aires de tangos y zozobras, cuántas veces, escuchando una coplera, volví a recordar que en ese canto ancestral y solitario está el fundamento de nuestra literatura.

La baguala y el tango. Pero también el filósofo Ciorán y el relator deportivo Dante Panzeri; los cerros arcillosos de La Quiaca, y el bar Los Tribunales, ahí donde lo vi, en uno de mis últimos viajes a Salta, un poco apesadumbrado por la fatalidad de los accidentes, pero estoico y decidido a enfrentar las calamidades como se enfrenta la brisa que despeina.

Y hoy parece que esa brisa se ha vuelto viento alegre. Y aquí está, heredero de la música y la arcilla, como el papel de este libro que reúne una partecita de lo que don Aparicio anduvo escribiendo en sus últimos veinticinco años. Heredero de una tradición que en el Noroeste Argentino remite a Juan José Hernández o Daniel Moyano, sus compañeros de generación, pero en la que también late la prosa de Juan Rulfo o el aliento vanguardista de William Faulkner, el admirable norteamericano que recibió al joven Aparicio en su casa, aunque con forma de fantasma (sí, para el que no lo sabe, por esos corredores del país del Norte anduvo peregrinando Carlos Hugo Aparicio con su equipaje de palabras. De palabras y lamentos: sospecho que él demostró con contundencia, en los algodonales del Mississippi, que la “Vidala para mi sombra”, de Julio Espinosa, es el blues más triste que hay sobre la Tierra).

Y volviendo a la tierra: yo no sabía que también les debía a los relatos de Aparicio un viaje por La Quiaca. Fue en enero de este año cuando lo comprobé: la llovizna de la Puna, el cotidiano ritual de un restaurante de paso donde el picante de pollo cayendo sobre el plato no distraía, sin embargo, de la televisión (y el tango de la infancia se extrañaba). La Quiaca, donde no fue difícil imaginar los días de los trenes, cuando los trenes del norte llegaban a este sur con su carga de esperanzas y desdichas. Cuando los turistas aún no habían descubierto que La Quebrada es “Patrimonio de la Humanidad” y ningún quiaqueño imaginaba otro horizonte posible para sobrevivir que la ferocidad tranquila de la aldea.

Gracias a Aparicio, estar en La Quiaca fue como volver a La Quiaca. Y volver a La Quiaca de Aparicio fue volver a una mañana de 1991, a la ciudad de Salta de la adolescencia, cuando un notable escritor confundía a los alumnos de varios colegios de la Provincia con sus textos, y algunos alumnos se preguntaban cómo sería eso de la escritura vuelta compromiso, la escritura encarnada en el mundo: la escritura desolada de los trenes del sur partiendo a un posible porvenir.

Y hoy, que parecen ser los días soleados de Aparicio después del viento terroso de la Puna (a la iniciativa editorial de Verónica Ardanaz hay que agregar una película inspirada en sus cuentos, filmada por el cineasta Alejandro Arroz que, lamentablemente, aún no se ha estrenado en Buenos Aires), sigo yendo “dentro de la oscuridad como en la luz más plena” (y ya le estoy robando palabras al Maestro), sigo preguntando por el tanteo que he de continuar donde otros dejaron: eso de la escritura que persiste, eso del viento despeinando los recuerdos, eso de tomarse un cafecito al mediodía con los amigos, y sigamos con las empanadas y el vinito que ya se ha sumado Eduardo Atilio Romano y la conversación no se agota: días luminosos del pasado que sintetizan la eternidad, como los cuentos de este libro terroso que amasaron con tierra de La Quiaca: fotografías de oralidad en las que nos miramos para comprendernos, para entender cómo era eso de escribir en el aire, eso de gritar cuando nadie escucha.

Quiero terminar mi intervención con un solo comentario: estoy muy feliz de que este acto haya sido posible. Estoy muy feliz de que Carlos Hugo Aparicio esté con nosotros en esta tarde porteña. Gracias Poeta por acompañarnos. Gracias por darnos este libro que nos permite creer en la realidad del mundo.



CJA

2 comentarios:

Tellus dijo...

hola que alegrìa saber que alguien comparte mi gusto por este gran escritor salteño. te cuento que mi nombre es stella maris , soyestudiante de letras en la universidad nacional de catamarca y estoy muy interesada en llevar a este escritor a nuestras aulas. solo tuve la oportunidad de leer Los Bultos pero no he podido acceder a ninguna otra de sus obras para difundirlas aquí. quizás estoy accediendo a la editoriales equivocadas. te agradeceria mucho si pudieras brindarme datos que me ayuden a conseguir sus demás obras. te lo agradezco mucho. y te deseo muchos éxitos en este nuevo año. cariños stella

Barrio maravilla dijo...

Estimada Stella Maris si quieres te puedo conseguir la novela del maestro, aquí en Salta hay un lugar en donde todavía hay. Contáctame en el face. Eduardo A. ROMANO