El martes 28 de octubre, a las 19:30, voy a estar presentando este libro en la Sala Solidaridad del Centro Cultural de la Cooperación. Muy contento con las palabras de estos queridos Maestros, que acompañan desde la contratapa:
Las visitas de siempre obliga al lector a hacer
un camino: el que traza la escritura de Carlos Aldazábal, como siempre hace
la poesía verdadera, entre la oscuridad y la luz, lo íntimo y lo público,
lo mítico y lo histórico. Bajo este título, jalonados por la música y las imágenes
reverberantes que no ocultan que el poeta alguna vez quiso “ser como
Quevedo”, van apareciendo la infancia, la muerte, el origen, el amor con
sus diversos nombres, el miedo, la literatura como un destino. Todo con
palabras que luchan contra la domesticación de la lengua, que buscan una conexión íntima entre el que las pronuncia
y el tiempo que le tocó vivir.
donde
la poesía rearma los restos, donde reconstruye el mundo, allí, entre una y otra
orilla, entre el silencio y la palabra, allí, en ese comienzo donde la piedra
es verbo... ¿Nos atreveremos a nacer? El poeta nos tiende su libro como una
mano abierta…
Madurez
de la poesía, incandescencia del poema.
Palabras
con las que Juárez Aldazábal se ha puesto a develar qué hay detrás de las palabras.
Debo estudiar francés
Olga Orozco preparó un arrollado
bañado en chocolate
y vino Miroslav, que es cocinero,
a la hora del té.
También estaba yo, poeta inédito
incapaz del francés y el galicismo.
El rito comenzó con la vajilla.
“Leeré en el futuro las llaves del abismo
para saber qué puertas nos tocarán en suerte.
Qué casas cruzaremos, qué portal venturoso,
que llanto inagotable hablará en las
gargantas”.
No recuerdo el pronóstico.
Pero sí su paciencia,
la mágica infusión de su voz poderosa.
Y el “estudie francés” imperativo
que siempre descarté.
El domingo pasado tuvimos otro encuentro.
Pero estaba en La Pampa:
un museo de infancia que ahora es Olga.
Ahí viven sus libros (incluyéndome a mí),
y sus plantas, sus piedras.
Y además Berenice maúlla en tono bajo
profiriendo ladridos.
Ella se preocupó por explicarme
(esta vez sin rodeos)
cómo la muerte juega en los jardines
y los portones crujen
cuando suenan pavanas y milongas.
Y el llanto comenzó como gotera,
y no quiso parar hasta vaciarme
el poco mineral que hay en mis huesos.
Olga me consoló con galletitas y un pocillo de
mate.
El llanto no cesó.
Aunque leo francés no puedo hablarlo
y no
puedo nombrar
con esta boca
en este mundo
desde esta pena.
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